Yo he comido cosas que muchos de vosotros no creeríais. Purés de verduras que olían más allá de Orión, he visto
insectrones brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser… todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
Vamos, que yo era niño de comedor escolar.
Por eso, cada mediodía, de lunes a viernes, de octubre a mayo, de segundo a octavo de E.G.B., zampé en una sala gigante llena de niños y niñas que gritaban tanto y tan alto como ahora sólo se puede oír en los atascos mañaneros de la M-30 (Gallardón, no me sale de las esas llamarle “Calle 30”, eah).
En mi comedor estaban especializados en
todaslascosasdecomerquenolegustanaunniño, las que peor pinta tenían, las chungas, las que te ponían en casa cuando estabas malo, las de color verde y, cómo no, todos esos
pejcaos que, y que nadie se me ofenda, cuando fueron creados por Dios, éste dijo: “¡Joder, vaya mierda de bichos que me han salido! Anda, llenad ese
bujero de agua y tapadlos rápido antes de que alguien los vea.”
Puede que por estas cosas nunca recibiesen una estrella Michelín. No lo sé, chico.
Y, nada, allí nos íbamos tragando todos los ácidos oleicos, triglicéridos y L-Caseis inmunitas que nuestros tiernos sesos necesitaban para sacarse el graduado mientras le dábamos mala vida a las monitoras, escupíamos al techo para ver quién era capaz de hacer una estalactita o, como pone al principio, lanzábamos servilletas mojadas al insectrón (el cacharro ese que atrae y fríe a las moscas) para deleitarnos ante el espectáculo electro-pirotéctico.
Después de comer, del castigo por ser unos condemores y de todo, al patio a hacer el garrulo si hacía bueno o a la sala de vídeo a ver por enésima vez Conan si llovía.
Así hasta las 3. Que era la hora a la que volvían los niños mimados que comían croquetas y macarrones en su casa.
Ni que decir tiene que aquellos eran tiempos arcaicos en los que la información solo transcurría por los canales habituales (la tele, vaya) y a los que nosotros, los de comedor, no estábamos expuestos en todo el día. Por eso, las noticias frescas, lo que lo petaba, LO GUAY, llegaba siempre con nuestros compañeros.
¡Aún me acuerdo de ese jueves de marzo del 96! ¡Cómo nos relataban lo ocurrido! Cómo nos emocionamos con
esto:

Luego ya, hasta lo de las Torres Gemelas, el resto de cosas que pasaron en el mundo, de normalitas para abajo.