Corría el 2000.
Pagábamos en pesetas, habíamos sobrevivido a la supuesta rebelión de las máquinas, se estrenó Gran Hermano y ese año también fue el de menos lluvias desde no sé cuando, o el de más, o el peor en no sé qué. Vamos, lo de siempre.
El caso es que mi primer C.O.U. (para los más jóvenes: 2º de Bachillerato pero sin la asignatura
Pinta y colorea) ya se iba suspendiendo solo y no hacía falta que yo fuera al instituto. Vamos, que tenía mucho tiempo libre para mis cosas.
A los dos días descubrí que yo no tenía “mis cosas” y empecé a buscar ocupaciones.
Como trabajar era muy cansado y, además, me daba repelús pensar en mi mismo como víctima del fracaso escolar, decidí desarrollar mis aficiones (antes no decíamos hobbys).
De siempre me ha gustado la radio y dije intrínsecamente hablando: “¡Qué demonios, veamos cómo se hace por dentro!”
A partir de aquí se sucedieron un montón de visitas a los estudios de
M80 a ver
Gomaespuma (no obviemos el detalle: la cosa empezaba a las 7 de la mañana. De lo que se deduce que la juventud no es vaga, sino que sólo hay que motivarla para que se levante a las 5 sin que nadie les achuche).
Era guay. Por allí desfilaron artistas varios, ministros, escritores y todo lo más granado que por aquel entonces tenía algo que vender.
Total que, en una de esas, cuando se acabó el programa, salí del estudio y me metí en el de
Hoy por hoy, dirigido por
Iñaki Gabilondo (para los más jóvenes: el señor de imponente flequillo que presenta las noticias en Cuatro).
Y me senté y fue pasando el rato y una excursión de chavalillos y unos señores y un camarero y los de la sección de deportes y, y, y… y yo, allí. Tan pancho.
Hasta que, al filo de las 12, Iñaki (yo le llamo Iñaki, qué pasa) se levanta y se acerca. Me levanto también, nos damos la mano y me pregunta que qué tal, que cómo me llamo, que qué me gustaría hacer de mayor y un montón de cosas más que sólo se le pueden ocurrir a un periodista.
De pronto, una voz metálica. Era el técnico de sonido.
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Ya hemos conectado con Ibarretxe. Cuando quieras empezamos.Iñaki, apurado por las prisas se disculpó por dejarme con la entrevista de calado a medio hacer.
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Perdona, pero es que está el lehendakari esperando y tengo que ir…Y atentos porque aquí viene EL MOMENTO, uno de los más grandes que he vivido, seguro que el que más veces he contado.En ese instante, una fuerza superior se apoderó de mi cuerpo y de mi voz.
Con la mano derecha le di un apretón de manos, con la izquierda le cogí el hombro y, mientras hacía todo eso, le dije:
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Tranquilo… Iñaki… ¡ve!Sí, nenes, en ese momento mágico fui EL CHAVAL QUE LE DIO PERMISO A IÑAKI GABILONDO PARA QUE ENTREVISTASE AL LEHENDAKARI IBARRETXE.
¡Fuá!