miércoles, 22 de diciembre de 2010

Movida 99: Rimembar (VII) Artículos de broma.


Matemática pura: era llegar el último día de cole del primer trimestre y oler todo a mierda que no olía a mierda.

Al menos en mi magna institución educativa, ese día consistía en ir a hacer el canelo al gimnasio, ver actuaciones de niños con dudoso talento artístico y llevar ganchitos de casa para hacer una fiesta navideña. Lo habitual en colegios que no tenían pistas de hípica, ni coral, ni bombos para hacer el sorteo de la lotería.

La cosa iba transcurriendo normal hasta que, ay, amigo, alguien creía que había que animar el cotarro un poco más. Cuando pasa esto en las películas americanas algún alumno rebelde saca una petaca llena de agua de fuego y la echa al ponche. Aquí, sea porque nuestros gustos van por otro lado, sea porque todos preferíamos llevar una práctica Fanta de dos litros (antes todo eran primeras marcas) a ponernos a hacer un bol de una bebida que no sabíamos ni que existía; ya digo, sea por lo que sea, no había ponche y, por eso, el despiporre sólo podía llegar de una manera: bombas fétidas.

De pronto todo el mundo se volvía loco. Jaleo, exageración e, incluso, ¡arcadas!
Lo primero lo podía comprender. Lo segundo me parecía raro. Pero, lo tercero… lo tercero hacía que el cerebro me entrase en cortocircuito. Arcadas, ¿en serio? ¿Tan finas eran sus pituitarias?, ¿acaso no habían olido caca durante todos esos años?, ¿de verdad que nadie más en este mundo se daba cuenta de que las bombas fétidas no olían, ni de lejos, a nada parecido a mierda?

No me quiero imaginar lo que podía haber sido aquello si alguien hubiese tenido un spray antivioladores o unas bombas de humo de las que tiran los antidisturbios…

En cualquier caso, ese olorcillo marcaba el inicio de las vacaciones de Navidad. Casi tres semanas al pairo viendo dibujos animados, más dibujos animados y, para descansar la vista, tebeos. Intercalando estas actividades con comilonas, ver a los primos que viven fuera de Madrid y varios interrogatorios de “melopido” para que los Reyes Magos se fuesen haciendo una idea de por dónde iban los tiros ese año.

Y, eso sí, al menos una vez en esos días mis padres hacían un montón de cosas de esas que se hacen “porque la sonrisa de un niño no tiene precio”:
Paseo por el centro (previo viaje en tren, ¡toma!), comer en el McDonalds (no supimos apreciar los bocatas de calamares hasta mucho más adelante), peli guay en algún cine guay (Parque Jurásico, El último gran héroe, La Máscara y así), visionado de luces por las principales arterias de la ciudad y, por supuesto, shopping en el mercadillo de la Plaza Mayor.

¡El despendole! Lo de los belenes nos daba igual. De eso ya estábamos servidos y, además, con los regalos de los roscones de Reyes ya íbamos rellenando los huecos (hasta Shin Chan va a adorar al niño en mi casa); a nosotros lo que nos sulibeyaba eran las tontás. Los súper-puestos de bromas, que les pasa como a Raphael: siempre salen en Navidad y siempre con lo mismo.

Chicles que picaban, cubitos de hielo con mosca dentro, saco de pedos, mierdolos de plástico, puros con petardo, mocos falsos y, cómo no, las putas bombas fétidas.

Personas que se meten en Internet y leen esto en lugar de estar viendo guarradas:
¡FELIZ NAVIDAD!

2 comentarios:

  1. Me he reido un montón. Me ha gustado mucho. Un abrazo primo. Feliz Navidad

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  2. ¡Muchas gracias, primo/a anónimo/a!

    Feliz Navidad para vosotros también

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