Calla, calla, que resulta que ahora soy gimnasta.
Lo que lees.
Desde hace casi un mes torneo mis lorzas serranas cinco días por semana (sin faltar ni uno solo, ojo) en el gimnasio. Por lo visto, comer muchas patatas fritas no hace salud (¿¡pero las patatas no son verdura!?), sino todo lo contrario.
Así que, nada, fuera todas las cosas de zampar que están buenas o que vienen envueltas en divertidos envases y a darle a los productos de la Madre Naturaleza. Una regresión alimentaria en toda regla. Porque, piensa, si la lechuga “así, a pelo” fuese la caña, ¿alguien se hubiese molestado en inventar un montón de máquinas e ingredientes tóxicos para crear la maravillosa palmera de chocolatazo? Cla-ro-que-no.
Y en esas ando. Tupperware y arreando p’al templo del culto al cuerpo. Nada nuevo para mi…
¡¡¡FLASHBACK!!!1997, en torno al mes de febrero.
Un niño relativamente ternesco (yo) se dirige a un gimnasio de tres barrios más allá de donde vive con la idea de entrar en la adolescencia por la puerta grande: siendo no gordo.
Total, que llego a la recepción y pregunto que si allí pueden hacer algo por mi rechoncha máquina de llevar la cabeza a sitios. Me dieron dos opciones: viril boxeo o aerobic.
Al día siguiente estaba dando saltos como un loco sobre el step al ritmo que marcaba el chunda-chunda que estuviese de moda en la época.
Qué queréis que os diga, yo vi a unos pedazo de animales arrearle mamporrazos a un saco y, como en los dibujos animados, el saco se transformó en mi. Aquello me animó a seguir con vida, elegir la otra alternativa
¡y convertirme en el primer metrosexual del mundo!Ahora, vale, cualquier hijo de vecino hace aerobic o se depila el pecho y aquí paz y después gloria. Pero
antiguamente (esta palabra es la bomba) mover el cucu en el gimnasio era cosa de “flores de otoño”, no sé si me entendéis…
A mi me daba igual. Un tío moderno es un tío moderno tenga la edad que tenga. Fuera prejuicios.
¡Hale! Tres días aerobic y dos pesas. A lo Schawarzenegger.
Que esa era otra, la sala de pesas. Yo siempre he sido muy de fijarme mucho en las cosas. Por eso los cacharros que había, aunque no los hubiese utilizado nunca, me resultaban familiares gracias a las escenas de patio de las películas carcelarias de los americanos (en las películas talegueras patrias son más de jugar al tute, pincharse con navajas o sacarse carreras universitarias como El Lute). Pero, claro, una cosa es saber lo que son y otra muy distinta saber cómo se llaman.
- A ver, tú, cerdito, press banca. Tres de doce.
- Estooo, señor monitor hipermusculado, ¿press qué?, ¿tres de qué?
- ¡Qué te tumbes ahí y subas y bajes ese palo hasta que se te salga el hígado por la boca!
- Gracias, gracias…
(mucho sufrimiento después)
- ¿Ya has acabado lo que te he mandado?
- Argrgrsshhs assshhgrr
- Pues ahora coges una mancuerna y te vienes aquí.
¿Una mancuerna? ¿Qué mierda es esa? No sé a ti pero, al menos en mi colegio, nadie me enseñó esa palabra.
“Mi mamá me mima”, sí.
“Mi mamá me compra una mancuerna”, no.
Al final, no me quedó más remedio que preguntar…
- Perdone que le inoportune nuevamente, maestro del culturismo, pero, ¿qué es una mancuerna?
- ¡WTF! ¡Una pesa! ¿¡Sabes lo que es una pesa!? Sí, ¿verdad?, ¡¡pues tira y vuelve con una, mequetrefe!!
La traje, la moví todas las veces que me dijo hacia todos los lados que me dijo y no volví a preguntar nunca nada más. Si tenía dudas, ya lo miraría en la Encarta cuando llegase a casa.
Fue pasando el tiempo y me convertí en un profesional. Hacía mancuerneces con toneladas de pesas a cada lado y desarrollaba increíbles coreografías aeróbicas.
Mis progresos, como es normal en una familia comunicativa, los contaba en casa. Al año siguiente, animada por estas historias, mi hermana también se apuntó.
Fuimos, le enseñé cómo nos gustan las cosas a los de gimnasio, le expliqué lo de las pesas y, a cambiarse, que empezaba el aerobic.
Me enfundé mis gayumbos anchotes de señor mayor, alguna camiseta promocional, las bermudas, las zapatillas, y a darlo todo.
En esa clase me esforcé al máximo para demostrarle a mi hermana que era un Dios de la gimnasia y de la magnesia. ¡Pezuña p’arriba, pezuña p’abajo, giro, giro y palma, abdominales de la muerte, más giros, patada! ¡Ole, ole, qué no pare la marcha!
Cuando acabamos, yo, más chulo que un ocho, le pregunté que qué tal.
Ella, me miró a los ojos y dijo:
“Dani, cuando hay que hacer algo tirados en el suelo… se te ven las pelotas”